Hay momentos en la vida donde las fuerzas flaquean, las opciones se agotan y la oscuridad parece vencer a la luz. En esos instantes, Dios no guarda silencio. Por el contrario, elige repetir una promesa con insistencia: «No temas, porque yo estoy contigo» (Isaías 41:10). Este versículo no es una sugerencia genérica, sino un grito de guerra divino en medio de nuestras batallas más personales.
Lo notable de este pasaje es que no niega la realidad del miedo, sino que lo confronta con una verdad mayor. Dios no dice «no hay nada qué temer», porque sabe que, en este lado del cielo, los peligros y las incertidumbres son reales. En cambio, redirige nuestra atención de las circunstancias a su carácter: «Yo soy tu Dios». Esto implica que, independientemente de lo que enfrentemos, nuestra identidad como hijos de Dios permanece intacta.
La frase «te esfuerzo» es particularmente reveladora. En el original hebreo, la palabra «ametz» se usa en contextos de guerra y victoria. Por ejemplo, en Deuteronomio 31:6, Dios usa el mismo término al animar a Josué antes de entrar a la Tierra Prometida. Esto sugiere que la fortaleza que Dios provee no es para sobrevivir, sino para conquistar. ¿Conquistar qué? El territorio que el enemigo (el miedo, la duda, la desesperanza) ha intentado robarte.
Pero quizá lo más conmovedor es la imagen de ser sostenidos por «la diestra de su justicia». En la cultura antigua, la mano derecha era la que blandía la espada en batalla y firmaba los decretos reales. Cuando Dios promete sostenernos con ella, está diciendo: «No solo te protejo, sino que lucho por ti con el mismo poder con que gobierno el universo«.
Si hoy te sientes al borde del desaliento, haz esto:
- Lee el versículo en voz alta, como si Dios te lo estuviera diciendo cara a cara.
- Escribe una lista de miedos y, al lado de cada uno, anota: «Pero Dios dice: ‘Yo estoy contigo'».
- Toma un objeto pequeño (una piedra, un anillo) y llévalo contigo como recordatorio físico de que Dios te sostiene.
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