Steven Smink, un expropietario de bolera de 62 años, fue declarado culpable de conspirar para asesinar a fiscales y jueces que lo habían condenado por incendio provocado. Desde su celda en Nueva Jersey, Smink, con un historial delictivo, urdió un plan para eliminar a los servidores públicos que lo enviaron a prisión, utilizando conexiones con pandillas y sicarios. El complot, descubierto a tiempo por las autoridades, reveló la peligrosa obsesión de Smink por la venganza, incluso tras las rejas.
Un pasado de fuego y violencia Smink ya había cumplido una condena de 15 años por incendiar en 2010 la bolera rival «Loyle Lanes» en Vineland, NJ, un crimen por el que contrató a dos hombres para llevar a cabo el ataque con gasolina y queroseno. Tras ser encarcelado, su sed de venganza no disminuyó. Entre 2018 y 2020, desde su celda, comenzó a planear la muerte de cinco figuras clave en su caso: la fiscal Jennifer Webb-McRae, el fiscal adjunto Harold Shapiro, dos jueces del Tribunal Superior y un fiscal adjunto. Su objetivo era claro: borrar del mapa a quienes lo habían condenado.
El complot: Pandilleros y un informante encubierto Para ejecutar su venganza, Smink recurrió a miembros de la pandilla Latin Kings. En un primer intento, contrató a un compañero de prisión vinculado a esta organización para que actuara como sicario. Sin embargo, el pandillero murió antes de cumplir su misión. No conforme, Smink buscó a otra persona para reclutar a un nuevo asesino, sin saber que estaba hablando con un informante encubierto de las autoridades. En sus conversaciones, detalló cómo quería que los asesinatos parecieran un ajuste de cuentas entre pandillas, incluso sugiriendo: «Si todos estuvieran juntos, arrasa el lugar y mata a todos, parecería un asalto de pandillas».
Armas, dinero y una obsesión sin límites Para financiar los asesinatos, Smink planeaba vender armas y recuerdos deportivos que aún poseía. Las autoridades interceptaron sus comunicaciones, donde quedó en evidencia su falta de remordimientos y su disposición a causar daño colateral con tal de lograr su venganza. Su obsesión lo llevó a idear un plan que, de haber tenido éxito, habría dejado un rastro de sangre entre funcionarios públicos inocentes, incluyendo a quienes solo cumplían con su deber.
Una sentencia que podría ser cadena perpetua Tras ser declarado culpable de conspiración para cometer asesinato, intento de asesinato, porte ilegal de armas y conspiración para porte de armas, Smink enfrenta ahora al menos 30 años de prisión, con la posibilidad de cadena perpetua. El fiscal general de Nueva Jersey, Matthew Platkin, dejó claro que «este acusado planeó asesinar a servidores públicos por cumplir con su deber». El caso de Smink es un recordatorio escalofriante de cómo la obsesión por la venganza puede llevar a una persona a planear crímenes horrendos, incluso desde detrás de las rejas, y de los riesgos que enfrentan quienes trabajan en el sistema de justicia.